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Caída del Paraíso

Publicado por Daniel Peña Medina On 12:37 2 comentarios
El Origen del Mal y del Dolor
———————————————————————
Cómo empezó el pecado? Por qué hay pecado? He aquí uno de los
capítulos mas abarcantes en todo este libro. De todas las historias, la
mas asombrosa–cómo empezó el pecado—
Aunque rodeado de abnegación, algo sucedió. Qué podía transformar
un ángel de luz en un diablo–en el mero centro del cielo? Esto es
algo que Ud. querrá leer. Le explicará por qué Dios tuvo que esperar, y el
maravilloso futuro para sus hijos por haber esperado—
———————————————————————
Para muchos el origen del pecado y el por qué de su
existencia es causa de gran perplejidad. Ven la obra del
mal con sus terribles resultados de dolor y desolación, y
se preguntan cómo puede existir todo eso bajo la soberanía
de aquel cuya sabiduría, poder y amor son infinitos.
Es esto un misterio que no pueden explicarse. Y su
incertidumbre y sus dudas los dejan ciegos ante las verdades
plenamente reveladas en la palabra de Dios y esenciales
para la salvación. Hay quienes, en sus investigaciones
acerca de la existencia del pecado, tratan de inquirir lo que
Dios nunca reveló; de aquí que no encuentren solución a
sus dificultades; y los que son dominados por una disposición
a la duda y a la cavilación lo aducen como disculpa
para rechazar las palabras de la santa Escritura. Otros, sin
embargo, no se pueden dar cuenta satisfactoria del gran
problema del mal, debido a la circunstancia de que la tradición
y las falsas interpretaciones han obscurecido las enseñanzas
de la biblia referentes al carácter de Dios, la naturaleza
de su gobierno y los principios de su actitud hacia el
pecado.

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Caída del Paraíso

Publicado por Daniel Peña Medina On 12:08 0 comentarios


El Origen del Mal y del Dolor


Cómo empezó el pecado? Por qué hay pecado? He aquí uno de los
capítulos mas abarcantes en todo este libro. De todas las historias, la
mas asombrosa–cómo empezó el pecado—
Aunque rodeado de abnegación, algo sucedió. Qué podía transformar
un ángel de luz en un diablo–en el mero centro del cielo? Esto es
algo que Ud. querrá leer. Le explicará por qué Dios tuvo que esperar, y el
maravilloso futuro para sus hijos por haber esperado—
———————————————————————
Para muchos el origen del pecado y el por qué de su
existencia es causa de gran perplejidad. Ven la obra del
mal con sus terribles resultados de dolor y desolación, y
se preguntan cómo puede existir todo eso bajo la soberanía
de aquel cuya sabiduría, poder y amor son infinitos.
Es esto un misterio que no pueden explicarse. Y su
incertidumbre y sus dudas los dejan ciegos ante las verdades
plenamente reveladas en la palabra de Dios y esenciales
para la salvación. Hay quienes, en sus investigaciones
acerca de la existencia del pecado, tratan de inquirir lo que
Dios nunca reveló; de aquí que no encuentren solución a
sus dificultades; y los que son dominados por una disposición
a la duda y a la cavilación lo aducen como disculpa
para rechazar las palabras de la santa Escritura. Otros, sin
embargo, no se pueden dar cuenta satisfactoria del gran
problema del mal, debido a la circunstancia de que la tradición
y las falsas interpretaciones han obscurecido las enseñanzas
de la biblia referentes al carácter de Dios, la naturaleza
de su gobierno y los principios de su actitud hacia el
pecado.
Es imposible explicar el origen del pecado y dar
razón de su existencia. Sin embargo, se puede compren595
der suficientemente lo que atañe al origen y a la disposición
final del pecado, para hacer enteramente manifiesta
la justicia y benevolencia de Dios en su modo de
proceder contra todo mal. Nada se enseña con mayor claridad
en las sagradas escrituras que el hecho de que Dios
no fue en nada responsable de la introducción del pecado
en el mundo, y de que no hubo retención arbitraria de
la gracia de Dios, ni error alguno en el gobierno divino que
dieran lugar a la rebelión. El pecado es un intruso, y no
hay razón que pueda explicar su presencia. Es algo misterioso
e inexplicable; excusarlo equivaldría a defenderlo.
Si se pudiera encontrar alguna excusa en su favor o señalar
la causa de su existencia, dejaría de ser pecado. La única
definición del pecado es la que da la palabra de Dios:
"el pecado es transgresión de la ley;" es la manifestación
exterior de un principio en pugna con la gran ley de amor
que es el fundamento del gobierno divino.
Antes de la aparición del pecado había paz y gozo
en todo el universo. Todo guardaba perfecta armonía
con la voluntad del creador. El amor a Dios estaba por
encima de todo, y el amor de unos a otros era imparcial.
Cristo el verbo, el unigénito de Dios, era uno con el padre
eterno: uno en naturaleza, en carácter y en designios; era el
único ser en todo el universo que podía entrar en todos los
consejos y designios de Dios. Fue por intermedio de Cristo
por quien el padre efectuó la creación de todos los seres
celestiales. "Por el fueron creadas todas las cosas, en los
cielos, . . . ora sean tronos, o dominios, o principados, o
poderes" Colosenses 1:16.; y todo el cielo rendía homenaje
tanto a Cristo como al padre.
Como la ley de amor era el fundamento del gobierno
de Dios, la dicha de todos los seres creados dependía de su
perfecta armonía con los grandes principios de justicia. Dios
quiere que todas sus criaturas le rindan un servicio de
amor y un homenaje que provenga de la apreciación
inteligente de su carácter. No le agrada la sumisión forzosa,
y da a todos libertad para que le sirvan voluntariamente.
El Origen del Mal (546-547)
596
Pero hubo un ser que prefirió pervertir esta libertad.
El pecado nació en aquel que, después de Cristo,
había sido el más honrado por Dios y el más exaltado en
honor y en gloria entre los habitantes del cielo. Antes de su
caída, Lucifer era el primero de los querubines que cubrían
el propiciatorio santo y sin mácula. "Así dice
Jehová el señor: ¡tú eres el sello de perfección, lleno de
sabiduría, y consumado en hermosura! En el edén, jardín
de Dios, estabas; de toda piedra preciosa era tu vestidura."
"Eras el querubín ungido que cubrías con tus alas; yo te
constituí para esto; en el santo monte de Dios estabas, en
medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en
tus caminos desde el día en que fuiste creado, hasta que la
iniquidad fue hallada en ti." Ezequiel 28:12-15.
Lucifer habría podido seguir gozando del favor de Dios,
amado y honrado por toda la hueste angélica, empleando
sus nobles facultades para beneficiar a los demás y para
glorificar a su hacedor. Pero el profeta dice: "se te ha engreído
el corazón a causa de tu hermosura; has corrompido
tu sabiduría con motivo de tu esplendor." (Vers. 17.) poco
a poco, Lucifer se abandonó al deseo de la propia exaltación.
"Has puesto tu corazón como corazón de Dios."
"Tú . . . que dijiste: . . . ¡al cielo subiré; sobre las estrellas
de Dios ensalzaré mi trono, y me sentaré en el monte de
asamblea; . . . me remontaré sobre las alturas de las nubes;
seré semejante al altísimo!" Ezequiel 28:6; Isaías 14:13,
14. En lugar de procurar que Dios fuese objeto principal
de los afectos y de la obediencia de sus criaturas,
Lucifer se esforzó por granjearse el servicio y el homenaje
de ellas. Y, codiciando los honores que el padre infinito
había concedido a su hijo, este príncipe de los ángeles
aspiraba a un poder que sólo Cristo tenía derecho a ejercer.
El cielo entero se había regocijado en reflejar la
gloria del creador y entonar sus alabanzas. Y en tanto
que Dios era así honrado, todo era paz y dicha. Pero
una nota discordante vino a romper las armonías celestiales.
El amor y la exaltación de sí mismo, contrarios al
plan del creador, despertaron presentimientos del mal en
597
las mentes de aquellos entre quienes la gloria de Dios lo
superaba todo. Los concejos celestiales rogaron a Lucifer.
El hijo de Dios le presentó la grandeza, la bondad y la
justicia del creador, y la naturaleza sagrada e inmutable de
su ley. Dios mismo había establecido el orden del cielo, y
Lucifer al apartarse de él, iba a deshonrar a su creador y a
atraer la ruina sobre sí mismo. Pero la amonestación dada
con un espíritu de amor y misericordia infinitos, sólo
despertó espíritu de resistencia. Lucifer dejó prevalecer
sus celos y su rivalidad con Cristo, y se volvió aún
más obstinado.
El orgullo de su propia gloria le hizo desear la supremacía.
Lucifer no apreció como don de su creador los
altos honores que Dios le había conferido, y no sintió gratitud
alguna. Se glorificaba de su belleza y elevación, y aspiraba
a ser igual a Dios. Era amado y reverenciado por la
hueste celestial. Los ángeles se deleitaban en ejecutar sus
órdenes, y estaba revestido de sabiduría y gloria sobre todos
ellos. Sin embargo, el hijo de Dios era el soberano
reconocido del cielo, y gozaba de la misma autoridad y
poder que el padre. Cristo tomaba parte en todos los
consejos de Dios, mientras que a Lucifer no le era permitido
entrar así en los designios divinos. Y este ángel
poderoso se preguntaba por qué había de tener Cristo la
supremacía y recibir más honra que él mismo.
Abandonando el lugar que ocupaba en la presencia
inmediata del padre, Lucifer salió a difundir el espíritu
de descontento entre los ángeles. Obrando con
misterioso sigilo y encubriendo durante algún tiempo sus
verdaderos fines bajo una apariencia de respeto hacia Dios,
se esforzó en despertar el descontento respecto a las leyes
que gobernaban a los seres divinos, insinuando que
ellas imponían restricciones innecesarias. Insistía en que
siendo dotados de una naturaleza santa, los ángeles debían
obedecer los dictados de su propia voluntad. Procuró
ganarse la simpatía de ellos haciéndoles creer que Dios había
obrado injustamente con él, concediendo a Cristo honor
supremo. Dio a entender que al aspirar a mayor poder y
El Origen del Mal (547-549)
598
honor, no trataba de exaltarse a sí mismo sino de asegurar
libertad para todos los habitantes del cielo, a fin
de que pudiesen así alcanzar a un nivel superior de existencia.
En su gran misericordia, Dios soportó por largo
tiempo a Lucifer. Este no fue expulsado inmediatamente
de su elevado puesto, cuando se dejó arrastrar por primera
vez por el espíritu de descontento, ni tampoco cuando empezó
a presentar sus falsos asertos a los ángeles leales. Fue
retenido aún por mucho tiempo en el cielo. Varias y repetidas
veces se le ofreció el perdón con tal de que se arrepintiese
y se sometiese. Para convencerle de su error se hicieron
esfuerzos de que sólo el amor y la sabiduría infinitos
eran capaces. Hasta entonces no se había conocido
el espíritu de descontento en el cielo. El mismo Lucifer
no veía en un principio hasta dónde le llevaría este
espíritu; no comprendía la verdadera naturaleza de sus
sentimientos. Pero cuando se demostró que su descontento
no tenía motivo, Lucifer se convenció de que no
tenía razón, que lo que Dios pedía era justo, y que debía
reconocerlo ante todo el cielo. De haberlo hecho así,
se habría salvado a sí mismo y a muchos ángeles. En ese
entonces no había él negado aún toda obediencia a Dios.
Aunque había abandonado su puesto de querubín cubridor,
habría sido no obstante restablecido en su oficio si, reconociendo
la sabiduría del creador, hubiese estado dispuesto a
volver a Dios y si se hubiese contentado con ocupar el lugar
que le correspondía en el plan de Dios. Pero el orgullo
le impidió someterse. Se empeñó en defender su proceder
insistiendo en que no necesitaba arrepentirse, y se
entregó de lleno al gran conflicto con su hacedor.
Desde entonces dedicó todo el poder de su gran inteligencia
a la tarea de engañar, para asegurarse la simpatía
de los ángeles que habían estado bajo sus órdenes.
Hasta el hecho de que Cristo le había prevenido y aconsejado
fue desnaturalizado para servir a sus pérfidos designios.
A los que estaban más estrechamente ligados a el por
el amor y la confianza, Satanás les hizo creer que había
599
sido mal juzgado, que no se había respetado su posición y
que se le quería coartar la libertad. Después de haber así
desnaturalizado las palabras de Cristo, pasó a prevaricar
y a mentir descaradamente, acusando al hijo de Dios
de querer humillarlo ante los habitantes del cielo. Además
trató de crear una situación falsa entre sí mismo y los ángeles
aún leales. Todos aquellos a quienes no pudo sobornar
y atraer completamente a su lado, los acusó de indiferencia
respecto a los intereses de los seres celestiales.
Acusó a los que permanecían fieles a Dios, de aquello
mismo que estaba haciendo. Y para sostener contra
Dios la acusación de injusticia para con él, recurrió a una
falsa presentación de las palabras y de los actos del creador.
Su política consistía en confundir a los ángeles con
argumentos sutiles acerca de los designios de Dios. Todo
lo sencillo lo envolvía en misterio, y valiéndose de artera
perversión, hacía nacer dudas respecto a las declaraciones
más terminantes de Jehová. Su posición elevada y su estrecha
relación con la administración divina, daban mayor
fuerza a sus representaciones, y muchos ángeles fueron
inducidos a unirse con él en su rebelión contra la autoridad
celestial.
Dios permitió en su sabiduría que Satanás prosiguiese
su obra hasta que el espíritu de desafecto se convirtiese
en activa rebeldía. Era necesario que sus planes
se desarrollaran por completo para que su naturaleza
y sus tendencias quedaran a la vista de todos. Lucifer,
como querubín ungido, había sido grandemente exaltado;
era muy amado de los seres celestiales y ejercía poderosa
influencia sobre ellos. El gobierno de Dios no incluía sólo
a los habitantes del cielo sino también a los de todos los
mundos que el había creado; y Satanás pensó que si podía
arrastrar a los ángeles del cielo en su rebeldía, podría
también arrastrar a los habitantes de los demás
mundos. Había presentado arteramente su manera de ver
la cuestión, valiéndose de sofismas y fraude para conseguir
sus fines. Tenía gran poder para engañar, y al usar su disfraz
de mentira había obtenido una ventaja. Ni aun los
El Origen del Mal (549-551)
600
ángeles leales podían discernir plenamente su carácter
ni ver adónde conducía su obra.
Satanás había sido tan altamente honrado, y todos
sus actos estaban tan revestidos de misterio, que era
difícil revelar a los ángeles la verdadera naturaleza de
su obra. Antes de su completo desarrollo, el pecado no
podía aparecer como el mal que era en realidad. Hasta
entonces no había existido en el universo de Dios, y los
seres santos no tenían idea de su naturaleza y malignidad.
No podían ni entrever las terribles consecuencias que resultarían
de poner a un lado la ley de Dios. Al principio,
Satanás había ocultado su obra bajo una astuta profesión
de lealtad para con Dios. Aseveraba que se desvelaba
por honrar a Dios, afianzar su gobierno y asegurar
el bien de todos los habitantes del cielo. Mientras
difundía el descontento entre los ángeles que estaban bajo
sus órdenes, aparentaba hacer cuanto le era posible por que
desapareciera ese mismo descontento. Sostenía que los cambios
que reclamaba en el orden y en las leyes del gobierno
de Dios eran necesarios para conservar la armonía en el
cielo.
En su trato con el pecado, Dios no podía sino obrar
con justicia y verdad. Satanás podía hacer uso de armas
de las cuales Dios no podía valerse: la lisonja y el
engaño. Satanás había tratado de falsificar la palabra de
Dios y había representado de un modo falso su plan de
gobierno ante los ángeles, sosteniendo que Dios no era justo
al imponer leyes y reglas a los habitantes del cielo; que
al exigir de sus criaturas sumisión y obediencia, sólo estaba
buscando su propia gloria. Por eso debía ser puesto de
manifiesto ante los habitantes del cielo y ante los de todos
los mundos, que el gobierno de Dios era justo y su
ley perfecta. Satanás había dado a entender que él mismo
trataba de promover el bien del universo. Todos debían llegar
a comprender el verdadero carácter del usurpador y el
propósito que le animaba. Había que dejarle tiempo para
que se diera a conocer por sus actos de maldad.
Satanás achacaba a la ley y al gobierno de Dios la
601
discordia que su propia conducta había introducido en
el cielo. Declaraba que todo el mal provenía de la administración
divina. Aseveraba que lo que él mismo quería
era perfeccionar los estatutos de Jehová. Era pues necesario
que diera a conocer la naturaleza de sus pretensiones y
los resultados de los cambios que él proponía introducir en
la ley divina. Su propia obra debía condenarle. Satanás
había declarado desde un principio que no estaba en
rebelión. El universo entero debía ver al seductor desenmascarado.
Aun cuando quedó resuelto que Satanás no podría
permanecer por más tiempo en el cielo, la sabiduría
infinita no le destruyó. En vista de que sólo un servicio de
amor puede ser aceptable a Dios, la sumisión de sus criaturas
debe proceder de una convicción de su justicia y benevolencia.
Los habitantes del cielo y de los demás mundos,
no estando preparados para comprender la naturaleza
ni las consecuencias del pecado, no podrían haber
reconocido la justicia y misericordia de Dios en la
destrucción de Satanás. De haber sido éste aniquilado
inmediatamente, aquéllos habrían servido a Dios por miedo
más bien que por amor. La influencia del seductor no
habría quedado destruida del todo, ni el espíritu de rebelión
habría sido extirpado por completo. Para bien del
universo entero a través de las edades sin fin, era preciso
dejar que el mal llegase a su madurez, y que Satanás
desarrollase más completamente sus principios, a fin de
que todos los seres creados reconociesen el verdadero carácter
de los cargos que arrojara él contra el gobierno divino
y a fin de que quedaran para siempre incontrovertibles
la justicia y la misericordia de Dios, así como el carácter
inmutable de su ley.
La rebeldía de Satanás, cual testimonio perpetuo
de la naturaleza y de los resultados terribles del pecado,
debía servir de lección al universo en todo el curso
de las edades futuras. La obra del gobierno de Satanás,
sus efectos sobre los hombres y los ángeles, harían patentes
los resultados del desprecio de la autoridad divi-
El Origen del Mal (551-553)
602
na. Demostrarían que de la existencia del gobierno de Dios
y de su ley depende el bienestar de todas las criaturas que
el ha formado. De este modo la historia del terrible experimento
de la rebeldía, sería para todos los seres santos una
salvaguardia eterna destinada a precaverlos contra todo
engaño respecto a la índole de la transgresión, y a guardarlos
de cometer pecado y de sufrir el castigo consiguiente.
El gran usurpador siguió justificándose hasta el fin
mismo de la controversia en el cielo. Cuando se dio a
saber que, con todos sus secuaces, iba a ser expulsado
de las moradas de la dicha, el jefe rebelde declaró audazmente
su desprecio de la ley del creador. Reiteró su
aserto de que los ángeles no necesitaban sujeción, sino que
debía dejárseles seguir su propia voluntad, que los dirigiría
siempre bien. Denunció los estatutos divinos como restricción
de su libertad y declaró que el objeto que él
perseguía era asegurar la abolición de la ley para que,
libres de esta traba, las huestes del cielo pudiesen alcanzar
un grado de existencia más elevado y glorioso.
De común acuerdo Satanás y su hueste culparon a
Cristo de su rebelión, declarando que si no hubiesen
sido censurados, no se habrían rebelado. Así obstinados
y arrogantes en su deslealtad, vanamente empeñados en trastornar
el gobierno de Dios, al mismo tiempo que en son de
blasfemia decían ser ellos mismos víctimas inocentes de
un poder opresivo, el gran rebelde y todos sus secuaces
fueron al fin echados del cielo.
El mismo espíritu que fomentara la rebelión en el
cielo, continúa inspirándola en la tierra. Satanás ha seguido
con los hombres la misma política que siguiera
con los ángeles. Su espíritu impera ahora en los hijos de
desobediencia. Como él, tratan éstos de romper el freno de
la ley de Dios, y prometen a los hombres la libertad mediante
la transgresión de los preceptos de aquélla. La reprensión
del pecado despierta aún el espíritu de odio y resistencia.
Cuando los mensajeros que Dios envía para amonestar
tocan a la conciencia, Satanás induce a los hom603
bres a que se justifiquen y a que busquen la simpatía de
otros en su camino de pecado. En lugar de enmendar
sus errores, despiertan la indignación contra el que los
reprende, como si éste fuera la única causa de la dificultad.
Desde los días del justo Abel hasta los nuestros, tal ha
sido el espíritu que se ha manifestado contra quienes osaron
condenar el pecado.
Mediante la misma falsa representación del carácter de
Dios que empleó en el cielo, para hacerle parecer severo y
tiránico, Satanás indujo al hombre a pecar. Y logrado
esto, declaró que las restricciones injustas de Dios habían
sido causa de la caída del hombre, como lo habían
sido de su propia rebeldía.
Pero el mismo Dios eterno da a conocer así su carácter:
"¡Jehová, Jehová, Dios compasivo y clemente, lento en
iras y grande en misericordia y en fidelidad; que usa de
misericordia hasta la milésima generación; que perdona la
iniquidad, la transgresión y el pecado, pero que de ningún
modo tendrá por inocente al rebelde!" Éxodo 34:6, 7.
Al echar a Satanás del cielo, Dios hizo patente su
justicia y mantuvo el honor de su trono. Pero cuando el
hombre pecó cediendo a las seducciones del espíritu
apóstata, Dios dio una prueba de su amor, consintiendo
en que su hijo unigénito muriese por la raza caída. El
carácter de Dios se pone de manifiesto en el sacrificio expiatorio
de Cristo. El poderoso argumento de la cruz demuestra
a todo el universo que el gobierno de Dios no era
de ninguna manera responsable del camino de pecado que
Lucifer había escogido.
El carácter del gran engañador se mostró tal cual
era en la lucha entre Cristo y Satanás, durante el ministerio
terrenal del salvador. Nada habría podido desarraigar
tan completamente las simpatías que los ángeles
celestiales y todo el universo leal pudieran sentir
hacia Satanás, como su guerra cruel contra el redentor
del mundo. Su petición atrevida y blasfema de que Cristo
le rindiese homenaje, su orgullosa presunción que le hizo
transportarlo a la cúspide del monte y a las almenas del
El Origen del Mal (553-555)
604
templo, la intención malévola que mostró al instarle a que
se arrojara de aquella vertiginosa altura, la inquina implacable
con la cual persiguió al salvador por todas partes, e
inspiró a los corazones de los sacerdotes y del pueblo a que
rechazaran su amor y a que gritaran al fin: "¡crucifícale!
¡Crucifícale!"—-todo esto despertó el asombro y la indignación
del universo.
Fue Satanás el que impulsó al mundo a rechazar a
Cristo. El príncipe del mal hizo cuanto pudo y empleó
toda su astucia para matar a Jesús, pues vio que la misericordia
y el amor del Salvador, su compasión y su
tierna piedad estaban representando ante el mundo el
carácter de Dios. Satanás disputó todos los asertos del hijo
de Dios, y empleó a los hombres como agentes suyos para
llenar la vida del Salvador de sufrimientos y penas. Los
sofismas y las mentiras por medio de los cuales procuró
obstaculizar la obra de Jesús, el odio manifestado por los
hijos de rebelión, sus acusaciones crueles contra aquel cuya
vida se rigió por una bondad sin precedente, todo ello provenía
de un sentimiento de venganza profundamente arraigado.
Los fuegos concentrados de la envidia y de la
malicia, del odio y de la venganza, estallaron en el calvario
contra el hijo de Dios, mientras el cielo miraba
con silencioso horror.
Consumado ya el gran sacrificio, Cristo subió al cielo,
rehusando la adoración de los ángeles, mientras no hubiese
presentado la petición: "Padre, aquellos que me has dado,
quiero que donde yo estoy, ellos estén también conmigo."
Juan 17:24. Entonces, con amor y poder indecibles, el Padre
respondió desde su trono: "adórenle todos los ángeles
de Dios." Hebreos 1:6. No había ni una mancha en Jesús.
Acabada su humillación, cumplido su sacrificio, le fue dado
un nombre que está por encima de todo otro nombre.
Entonces fue cuando la culpabilidad de Satanás se
destacó en toda su desnudez. Había dado a conocer su
verdadero carácter de mentiroso y asesino. Se echó de
ver que el mismo espíritu con el cual el gobernaba a los
hijos de los hombres que estaban bajo su poder, lo habría
605
manifestado en el cielo si hubiese podido gobernar a los
habitantes de éste. Había aseverado que la transgresión
de la ley de Dios traería consigo libertad y ensalzamiento;
pero lo que trajo en realidad fue servidumbre y degradación.
Los falsos cargos de Satanás contra el carácter del
gobierno divino aparecieron en su verdadera luz. El
había acusado a Dios de buscar tan sólo su propia exaltación
con las exigencias de sumisión y obediencia por parte
de sus criaturas, y había declarado que mientras el Creador
exigía que todos se negasen a sí mismos El mismo no practicaba
la abnegación ni hacía sacrificio alguno. Entonces
se vio que para salvar una raza caída y pecadora, el
Legislador del universo había hecho el mayor sacrificio
que el amor pudiera inspirar, pues "Dios estaba en
Cristo reconciliando el mundo a sí." (2 Corintios 5:19.)
Vióse además que mientras Lucifer había abierto la puerta
al pecado debido a su sed de honores y supremacía, Cristo,
para destruir el pecado, se había humillado y hecho
obediente hasta la muerte.
Dios habla manifestado cuánto aborrece los principios
de rebelión. Todo el cielo vio su justicia revelada,
tanto en la condenación de Satanás como en la redención
del hombre. Lucifer había declarado que si la ley de
Dios era inmutable y su penalidad irremisible, todo transgresor
debía ser excluido para siempre de la gracia del Creador.
El había sostenido que la raza pecaminosa se encontraba
fuera del alcance de la redención, y era por consiguiente
presa legítima suya. Pero la muerte de Cristo fue
un argumento irrefutable en favor del hombre. La penalidad
de la ley caía sobre él que era igual a Dios, y el
hombre quedaba libre de aceptar la justicia de Dios y de
triunfar del poder de Satanás mediante una vida de arrepentimiento
y humillación, como el Hijo de Dios había triunfado.
Así Dios es justo, al mismo tiempo que justifica a
todos los que creen en Jesús.
Pero no fue tan sólo para realizar la redención del
hombre para lo que Cristo vino a la tierra a sufrir y
El Origen del Mal (555-557)
606
morir. Vino para engrandecer la ley y hacerla honorable.
Ni fue tan sólo para que los habitantes de este mundo
respetasen la ley cual debía ser respetada, sino también para
demostrar a todos los mundos del universo que la ley de
Dios es inmutable. Si las exigencias de ella hubiesen podido
descartarse, el Hijo de Dios no habría necesitado
dar su vida para expiar la transgresión de ella. La muerte
de Cristo prueba que la ley es inmutable. Y el sacrificio
al cual el amor infinito impelió al Padre y al Hijo a fin
de que los pecadores pudiesen ser redimidos, demuestra a
todo el universo—y nada que fuese inferior a este plan habría
bastado para demostrarlo—que la justicia y la misericordia
son el fundamento de la ley y del gobierno de Dios.
En la ejecución final del juicio se verá que no existe
causa para el pecado. Cuando el Juez de toda la tierra
pregunte a Satanás: "¿Por qué te rebelaste contra Mí y arrebataste
súbditos de mi reino?" el autor del mal no podrá
ofrecer excusa alguna. Toda boca permanecerá cerrada, todas
las huestes rebeldes que darán mudas.
Mientras la cruz del Calvario proclama el carácter
inmutable de la ley, declara al universo que la paga del
pecado es muerte. El grito agonizante del Salvador:
"Consumado es," fue el toque de agonía para Satanás.
Fue entonces cuando quedó zanjado el gran conflicto
que había durado tanto tiempo y asegurada la extirpación
final del mal. El Hijo de Dios atravesó los umbrales
de la tumba, "para destruir por la muerte al que tenía el
imperio de la muerte, es a saber, al diablo." (Hebreos 2:14.)
El deseo que Lucifer tenía de exaltarse a sí mismo le había
hecho decir:
"¡Sobre las estrellas de Dios ensalzaré mi trono, . . .
seré semejante al Altísimo!" Dios declara: "Te torno en
ceniza sobre la tierra, . . . y no existirás más para siempre."
(Isaías 14:13, 14; Ezequiel 28:18, 19.) Eso será cuando
venga "el día ardiente como un horno; y todos los soberbios,
y todos los que hacen maldad, serán estopa; y
aquel día que vendrá, los abrasará, ha dicho Jehová de
los ejércitos, el cual no les dejará ni raíz ni rama."
607
(Malaquías 4: l.)
Todo el universo habrá visto la naturaleza y los resultados
del pecado. Y su destrucción completa que en
un principio hubiese atemorizado a los ángeles y deshonrado
a Dios, justificará entonces el amor de Dios y
establecerá su gloria ante un universo de seres que se
deleitarán en hacer su voluntad y en cuyos corazones se
encontrará su ley. Nunca más se manifestará el mal. La
Palabra de Dios dice: "No se levantará la aflicción segunda
vez." (Nahum .1:9.) La ley de Dios que Satanás vituperó
como yugo de servidumbre, será honrada como ley de libertad.
Después de haber pasado por tal prueba y experiencia,
la creación no se desviará jamás de la sumisión
a Aquel que se dio a conocer en sus obras como Dios de
amor insondable y sabiduría infinita.
———————————————————————
EL EVANGELIO Y LAS NORMAS DE DIOS
"Porque por las obras de la ley ninguna carne se justificará delante de
él; porque por la ley es el conocimiento del pecado." Romanos 3:20
"Porque cualquiera que hubiere guardado toda la ley, y ofendiere en un
punto, es hecho culpado de todos." Santiago :2:10.
"Porque no me avergüenzo del evangelio: porque es potencia de Dios
para salud a todo aquel que cree; al Judío primeramente y también al
Griego." Romanos 1:16.
"Mas nosotros predicamos a Cristo crucificado, a los Judíos ciertamente
tropezadero, y a los Gentiles locura; Empero a los llamados, así
Judíos como Griegos, Cristo potencia de Dios, y sabiduría de Dios." 1
Corintios 1:23-24.
"Está escrito de mí El hacer tu voluntad, Dios mío, hame agradado; Y
tu ley está en medio de mis entrañas." Salmos 40:7-8
"Mas ahora, sin la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, testificada
por la ley y por los profetas:" Romanos 3:21.
"El siguiente día ve Juan a Jesús que venía a él, y dice: He aquí el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo." Juan 1:29.
"Jehová se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y
engrandecerla." Isaías 42:21.
"Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un
espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la
misma semejanza, como por el Espíritu del Señor." 2 Corintios 3:18.